Una abeja obrera vive unas 6 semanas en época de actividad, y hasta unos 3 meses si nace cara al invierno. Eso, suponiendo que ha consumido una dieta equilibrada (pólenes variados), no ha tenido enfermedades ni parásitos, y se ha criado y vive en un ambiente libre de tóxicos. Cualquiera de esos factores, si es importante, puede dar al traste con la esperanza de vida de las abejas. O, aunque estén en menor importancia, su acción conjunta, puede provocar los mismos daños, ya que hay una sinergia entre ellos.
Varroa.
Varroa se alimenta de las grasas de la abeja. Y eso merma sus reservas corporales, impide la formación de determinadas hormonas, disminuye la producción de jalea real, etc. Y esos trastornos inciden negativamente en la buena marcha de la colonia.
Esta situación es especialmente crítica en la disminución de la cría del final del verano, cuando la varroa se concentra sobre menos pupas, y causa más daños. Esos daños pasarán factura, ya que la abeja nacida en otoño es la que debe mantener la colonia durante el invierno, y arrancarla en primavera temprana. Por lo que, si no es longeva, o/y no tiene reservas corporales, la colmena tendrá problemas. Recuerden, como se mencionó en el post de “Varroa, momentos críticos de actuación”, que: un 3 % de varroa sobre abejas, o su equivalente sobre cría, suponen un 30 % de mortandad invernal.
Además, varroa propaga virus y otras enfermedades, disminuyendo el vigor de las abejas y de la colonia. En especial, el virus de las alas dañadas (DWV), se multiplica en el interior de varroa sin causarle daños aparentes, convirtiendo cada una de sus picadas a una abeja, o a una pupa, en una inyección de millones de partículas víricas.
Por tanto, es imprescindible saber qué cantidad de varroa tenemos en las colmenas a finales del verano, para poder programar las actuaciones pertinentes, como se explicó en el post “Varroa, quien no mide no mejora”.
Hambre.
En nuestro clima mediterráneo, después de la bajada de cría de final del verano, las colmenas tienen una fase de crecimiento, gracias a las floraciones que provocan las lluvias otoñales. Si las hay. Con esas floraciones la colonia gana población de abeja joven, esta acumula reservas corporales en su abdomen, y se acumulan reservas también en la colmena cara a la invernada.
Pero últimamente hay cambios en el régimen de las estaciones, y de las lluvias, que en ocasiones produce pérdida de esas floraciones tardías. Lo que conlleva que la colonia entre en invierno con abejas más viejas (que no aguantarán hasta la primavera temprana) y con menos reservas corporales, y con menos panales con reservas de miel y, sobre todo polen, en la colmena.
Las reservas corporales de la abeja pueden evaluarse por la longitud de su abdomen. Sus “michelines” están bajo el tercer semianillo dorsal del abdomen (Foto 1), por lo que una abeja “gorda” tendrá este más largo que las alas; y, al contrario, una abeja “flaca” tendrá el abdomen más corto que las alas (Foto 2).
También habrá abejas “cortas” por ataque de varroa (que consume la grasa), o de nosema (que destroza el intestino).
Antes de cualquier temporada sin floración, como cara al invierno, debe evaluarse también el nivel de reservas en los panales de la colmena, miel y polen, que debe ser variado, al menos de varios colores.
Tóxicos.
La inmensa mayoría de nuestras colmenas no padecen intoxicaciones externas, ya que suelen mantenerse en zonas de vegetación natural.
Pero todas son tratadas con acaricidas contra varroa, cuyos residuos se acumulan en la cera. Y pasan de esta al polen ensilado en las celdillas, generando toxicidades subletales, que no matan, pero dañan. Está descrito que esos residuos afectan a las abejas “apagando” genes de detoxificación, disminuyendo su sistema inmunitario, haciéndolas más propensas a las enfermedades (Gráfico 1), y disminuyendo su nivel de actividad pecoreadora.
A los zánganos les afecta disminuyendo su % de espermatozoides activos, lo que provoca que haya más recambios de reinas, que “zanganean” antes.
Por tanto, debemos prestar especial atención a disminuir los residuos de los tratamientos contra varroa. Debemos mantener los tratamientos el tiempo adecuado, y retirarlos llegado el caso.
También es necesario eliminar los residuos de tratamientos (tiras…) de los panales antes de llevarlos a fundir, para evitar que en la cerería, al fundirlo todo junto, se haga una “infusión” de acaricidas en la cera líquida. Los residuos debemos destruirlos por el circuito reglamentario, acorde a la ley en vigor de recogida y destrucción de los mismos.
A título de orientación, en la cera de opérculos de alzas hay 4 veces menos residuos que en la de cámara de cría.
Una gran parte de las altas mortandades invernales son evitables vigilando estos tres puntos críticos.